Crónicas del Cabify IV

La fama viaja en cabi

Lunes otra vez. Quizá esta sea la semana apropiada para contar experiencias con personas famosas que alguna vez se subieron al cabi. Many y yo tenemos varios encuentros con famosos que podríamos reseñar. Han gozado de nuestro servicio varios actores y actrices de primera y segunda línea, modelitos ascendentes, jugadores de fútbol medio pelo y también algunos trapers y rapers de dudoso reconocimiento por parte de sus respectivas audiencias.

Se me ocurrió hablar de los famosos porque ayer, por ejemplo, subió Maruja Bustamante. Serían más o menos las cuatro y pico de la tarde cuando acepté en la aplicación pasar a buscar a una persona por la calle Lambaré al 900. Cuando leí bien el nombre y vi la foto de perfil me pregunté de inmediato: ¿será? Y sí; era nomás. Many y yo la llevamos hasta el cine y teatro El Plata, que queda sobre la Avenida Alberdi, en Mataderos. Calculo, por el horario, que iba a ver la versión de Julio César (mi tocayo), que Muscari hizo sobre la obra original de Shakespeare. Como yo todavía no fui a verla, no podría agregar nada más al respecto, salvo, que actúa Moria Casán, una de mis ídolas.

Circulábamos por la avenida mientras el sol daba en la mitad más alta de los edificios y entraba por el parabrisas hasta el asiento trasero. Casi que me obligaba a encender la ventilación y quitarme el pullover. Entonces recordé que en una época me había vuelto seguidor de una serie en la que ella actuaba. Se llamaba Plan V, con “v” de vendetta; ése era el slogan, o algo por el estilo. Era un programa bastante vanguardista para la época. Hablo de una época en la que Netflix aún no existía y nadie estaba acostumbrado a argumentos tan complicados. Había que entender por qué una de las protagonistas quería vengarse del “supuesto” novio. El programa estaba pensado para ser visto en Youtube y se promocionaba sólo a través de las redes. En ese entonces una serie como esa era algo muy novedoso. Yo me veía todos los capítulos porque una chica de la que me había enamorado me dijo que trabajaba ahí. El asunto es que me había advertido que mirara todos los capítulos porque en cualquier momento ella iba a aparecer. Al final me vi completas las dos temporadas que se hicieron y mi ex chica no apareció. Al menos como la recordaba: natural, sonriente y divertida; no la vi. Su nombre y apellido ni figuraban en las menciones del programa. Como después de eso no nos vimos más, me quería sacar la duda de si actuaba o no.

Le pregunté a Maruja si recordaba la serie, si se hablaba de hacer una nueva temporada —aunque calculé que por la edad de todos ya no sería lo mismo—, si pensaban llevarla a la tele o lo que sea. Le hice la pregunta más que nada para ir entrando en tema, ya que como no recordaba bien el apellido de la chica, quería preguntarle si la ubicaba, averiguar si todavía seguía dando vueltas con la calesita de la actuación o que me convenciera de que era de verdad lo que me había dicho.

—¡Uh, pero hace mucho de eso! —me tiró por toda respuesta mientras continuaba mirando la pantalla de su celular.

Eso es algo que no entiendo de los famosos. La mitad se disgusta si los reconocés y les preguntás cosas y la otra mitad se disgusta si no los reconocés y no les preguntás nada. Esto último es algo que me pasó con una modelo de pelo rubio muy lacio a quien, con Many, llevamos el trecho que va entre Parque Centenario y Villa Crespo. No pude terminar de sacarle la ficha y ella medio que se disgustó por eso. Sabía que había visto su cara en alguna foto en la nube, y noté que era más linda en persona que en internet. Se sentó frente al espejo en pose muy chanchera, casi rebelde, con los pulgares adentro de los bolsillos del jean medio suelto, me sostenía la mirada desde ahí. Todo eso contrastaba con la idea que uno puede llegar a hacerse de una chica que es modelo, rompía con la idea de la chica puntillosa y delicada. Todo el viaje me fue clavando la vista por el espejo retrovisor con esa mirada intensa, certera, que tenía. Pero como no lograba hacerme con su nombre no le hablé de nada. Me dio la impresión, sobre el final del viaje, que iba resoplando en el asiento trasero y que se bajó un poco ofendida también. Bueno, preguntame algo vos si querés, lo que sea, le iba a decir. Cuando llegué a casa la gugleé a ver si la encontraba. Por lo menos para reconocerla si llegaba a subirse otra vez. Pero no, modelos rubias y lindas hay demasiadas y no logré dar con ella.

Otra que sí reconocí, pero a la que tampoco le hablé, fue Mariana Genesio Peña. Subió en Las Cañitas y la llevé hasta San Isidro. Fue un viaje bastante largo muy temprano a la mañana. No parecía ser quien era. Iba vestida sencilla, para nada glamorosa como se la suele ver en la tele. Iba hablando con un chongo que al parecer estaba en Miami. Cuando oí su voz recién entonces la reconocí. En Libertador me pidió que detenga el auto frente a un Starbucks. “Ya vengo”, dijo. Cruzó corriendo la avenida y al rato se apareció con una bolsa de papel que tenía un café y una baguette de crudo y parmesano. Con la otra mano seguía sosteniendo el celular que usaba para hablar con el chongo de Miami. Después de colgar, el resto del viaje lo dedicó a beber el café y a comer la baguette mientras yo oía el crujir del sándwich, servilletas y papeles arrugados.

Fuimos callados todo el rato, disfrutando el viaje. Dentro de ese silencio sagrado en el que íbamos, cuando estábamos casi llegando a destino, pasamos primero por la Catedral de San Isidro. Todavía me acuerdo del sol pegándole de lleno a la nave, del sonido de las gomas deslizándose sobre los adoquines, era como soplar una bombilla en un vaso con agua. Me dije a mí mismo que si me hubiera traído un café para mí —de comedida nomás, sin necesidad de preguntarme nada, cuando bajó corriendo a comprar el suyo— quizá yo hasta me hubiese animado a proponerle matrimonio. Ahí mismo le hubiese pedido que bajáramos del auto para casarnos en esa catedral. En cambio me dejó el piso lleno de bollitos blancos y la alfombra regada con sus migas. Para mi suerte, ella se había comportado descortés con Many y conmigo y yo quedaba liberado de demostrar algo, lo que sea que podía haber sido.

También hubo una mañana de domingo en la que Many y yo llevamos un jugador desde la casa de una joven en Ciudadela hasta la cancha de Argentinos Juniors, donde lo esperaba el colectivo del club para ir a jugar un partido de campeonato. Ese jugador —anónimo en mi mente—, nunca tendrá que preocuparse porque yo rebele su identidad en alguna de mis crónicas. Nombres de jugadores, fechas de torneos, tabla de posiciones y otros datos sobre fútbol, son misterios que escapan por completo a mis conocimientos e intereses. Sólo tengo entendido que en la víspera de un partido los jugadores no pueden tener relaciones. Más allá de eso, yo no dije nada.

Viendo todo esto, no estoy tan seguro de que podría gustarme ser famoso. Prefiero ser un malhumorado anónimo antes que un personaje público que tiene que cuidarse todo el tiempo de cómo va a ser recordado, por el taxista, el panadero, el fotógrafo o por quien sea. En todo caso, me gustaría ser reconocido más que ser famoso. Pero ser reconocido por el nombre, no por el rostro, no por la cara. Si algún día me toca ser famoso —porque son cosas que pasan sin necesidad de que uno las pida— me gustaría ser famoso al estilo Salinger. De él conocemos su nombre y su obra maravillosa y desconcertante, pero casi no conocemos su imagen, salvo unas pocas fotos; ni su vida verdadera, íntima. Pero, por sobre todas las cosas, estoy muy seguro de que prefiero ser famoso antes que infame.

Creo que con esto es suficiente. Voy a cerrar acá. ¡Ah, y lo de los trapers y los rapers, que también los hubo, lo dejo para otro lunes! Grax.


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